Coronavirus
| La historia de Alberto, un ciego que ahora no puede tocar
Para
evitar contagios, ya no puede palpar superficies para guiarse ni sujetarse a
otros brazos. Su ciudad carece de señales sonoras. Cómo es caminar hacia
adelante pese a tantas dificultades.
A
fin del 2019, el coronavirus era una noticia poco escuchada. Seis meses
después, muy pocas personas desconocen qué forma tiene el virus SARS-CoV-2.
Alberto Daudén es una de ellas. Es ciego total desde los 20 años -ahora tiene
57-, y no es lo único que no ve.
Esas
esferas con puntas y formas de coronas que están cambiando el mundo, son una
imagen recurrente en este mismo mundo que no cambia y donde “todo es visual”,
asegura Daudén, que sabe, porque se lo cuentan, que todo se está llenando de
indicaciones y de pegatinas con normas y maneras de actuar en la presente
anormalidad, ya que de normal esto tiene poco.
Muchos
desearon cerrar los ojos y volver a principios de año cuando no se sabía lo que
venía. A esa sensación de incertidumbre generalizada, Daudén le añade el no ver
y el sí tocar en estos tiempos en los que mantener las distancias y el que no
haya contacto físico es la medicina preventiva más recomendada.
"El
tacto son mis ojos, para nosotros tocar es ver las cosas", asegura. Por lo
tanto, le queda agarrarse a otra de las indicaciones: lavarse las manos, porque
con guantes pierde sensibilidad y le dificulta la lectura en el sistema
Braille. Salir a hacer los mandados de una mañana cualquiera es “una aventura”.
“Pero, ¿qué voy a hacer? no me voy a quedar en casa”, reflexiona.
A
la carrera de obstáculos de la antigua normalidad hay que sumarle los de esta
anormalidad. Provisto de barbijos, gel desinfectante y su bastón, Daudén va a
un punto de venta autorizado para cargar la tarjeta del transporte público que
está a pocos metros de su casa. El camino lo tiene controladísimo.
En
el comienzo de su aventura, saluda a Raquel, la kiosquera, que apenas se la ve
detrás de la pila de revistas y diarios. Ella se levanta y responde al saludo:
“Si lo veo le digo: ‘Hola’, para que sepa que estoy acá”.
Daudén
fue a este punto de venta a informarse sobre el abono para utilizar el
transporte público -su manera habitual de moverse- que compró el 13 de marzo y
no usó porque se decretó el estado de alarma al día siguiente. “Me tendrán que
decir si el colectivo va lleno o puedo entrar o si me siento en un asiento que
no se puede. Si lo indica un cartel, no lo voy a ver”, vaticina.
Está
claro que los obstáculos se multiplicaron. A la caca de perro que evita porque
le avisan, se unen malas hierbas que salen de algún jardín que lleva casi tres
meses sin cortar y que ocupa parte de la vereda… Y un “cuidado ahí” no sirve
porque no sabe si es por un toldo demasiado bajo o por un obstáculo en el
suelo.
Sigue
camino. Llega a la panadería, también lo conocen. Por casualidad, se para sobre
una de las cintas pegadas en el suelo que señala la distancia entre clientes.
Se percata de que hay alguien por la voz. Cuando Marifé, la panadera, termina
de atender, se dirige a Daudén, lo conoce desde hace años, le da en la mano la
bolsa con su pedido. Con otro cliente no lo haría.
De
vuelta a casa, Daurén aprovecha que va acompañado para que le lean los carteles
que hay pegados en el frente. Dice que a veces hay, pero que él no lo sabe.
Igualmente, le interesaba, sobre todo, si decía algo sobre la pileta. Pero le
preguntará más adelante a algún vecino.
La
presente anormalidad va a consistir en asistir a la gente que lo necesite más
que antes, ya que no hay indicaciones sonoras. Pero él y tantos otros
encontrarán a quien lo ayude.
Alberto Daudén, ciego desde los 20 años, espera en la fila de un comercio. (Foto: David Expósito).
Los comercios están llenos de carteles con indicaciones visuales. (Foto: AFP / Juan Mabromata)
Publicado por TN y extraído de "El país de España" del 8/06/202
Publicado por TN y extraído de "El país de España" del 8/06/202
Prof. Elina
No hay comentarios:
Publicar un comentario